La lectura siempre había sido una actividad lenta. Y como no, ya que en sus inicios las palabras no estaban separadas y no existían diferentes caligrafías o tipos de letras. La falta de puntuación obligaba el lector a marcar las pausas para poder respirar. Con tan pocas ayudas era casi imposible descifrar el contenido sobre la marcha. Una buena lectura requería que el lector dominara bien el texto para poder interpretar y transmitir el sentido del escrito al oyente.
A medida que la lectura se fue desplazando de los monasterios a las escuelas y las universidades, aumentó la demanda de los libros; entonces, se simplificó todo.
El formato pasó del folio, adaptado a las bibliotecas de las abadías, a la más manejable cuartilla. Las letras romanas mayúsculas, que parecían concebidas para grabar con martillo y cincel sobre losas sepulcrales, se redondearon al escribir sobre el suave pergamino hasta el punto de convertirse en letras minúsculas, más fáciles de caligrafiar y más económicas: cabían más en cada pergamino.
Asimismo comenzaron a separarse las palabras, a indicarse las pausas y la entonación a través de la puntuación y con estos soportes, además de interiorizarse, la lectura se fue acelerando.
La introducción de un nuevo útil, la pluma de oca, agilizó la escritura. La letra minúscula favoreció la rapidez, y la pluma de oca, con la pequeña cantidad de tinta que se podía acumular en su tallo, dio una destreza a la mano del escribano, que pronto dejó de lado la caña de escribir.
Hace unos 50 años se dio un considerable paso hacia la escritura manual rápida cuando, al dejar el plumín, se abandonó la forma en que se había escrito en la Edad Media. El plumín, más conocido como plumilla, no dejaba de ser la versión metálica de la pluma de oca, que se tenía que impregnarse a cada momento en el tintero, lo cual dejaba tiempo para pensar. El hecho de escribir era una actividad lenta que requería una aplicación artesanal, con el papel secante siempre a punto para graduar que la cantidad de tinta fuera uniforme, siendo necesaria la atención y la destreza para no manchar la hoja y tener que empezar el escrito.
La pluma estilográfica y, sobre todo, el continuado flujo de tinta de un invento americano para incentivar la producción en las oficinas, la pluma atómica, que es como primero se dio a conocer el popular bolígrafo, aceleraron aún más la escritura manual.
El llibre com aliment
Dr. Miquel Masgrau
Quaderns vius
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